Todo poder público al interior de cualquier sociedad democrática debe tener un contra-poder que regule su funcionamiento y limite sus alcances, siendo esto uno de los principios base de la teoría política clásica. Primitivamente, las sociedades crearon una función legislativa, otra ejecutiva y una última judicial, como tres ramas organizativas del poder público. No obstante, este sistema de pesos y contra pesos funcionaba a nivel de gobierno, parlamentos y cortes, sin dejarle a la ciudadanía un ente desde el cual ella pudiera ejercer presión de manera cotidiana. Los medios de información llenaron ese espacio por un momento, teniendo en la denuncia hacia los funcionarios públicos el arma más poderosa para delimitar sus acciones y enfocarlo hacia el bien público.
Producto de los cambios producidos por la globalización en su fase de pax americana y neoliberal, la sociedad de hoy se enfrenta a un nuevo problema. No se previó, por parte de nuestros padres fundadores, la capacidad de que alguna institución, algún ente o una organización, pudiera captar las tres ramas del poder público y la del ciudadano, disponiendo de todas ellas a su antojo y para satisfacer sus necesidades. Es indudable que hoy, el poder económico, centralizado éste en las grandes corporaciones con alcance global, tiene a su merced Estados enteros, dejando de nuevo a los pueblos indefensos frente a su accionar. Como era de esperarse, esta capacidad de maniobra va muchas veces en beneficio de todos; pero es también usada de manera inescrupulosa cuando los intereses comerciales se ven amenazados. Es por esto que se debe celebrar cuando desde el arte, sin importar su forma de expresión, se alza una voz de denuncia que acusa, con la sutileza producto de su misma esencia, alguna faceta diciente de ese mundo totalitario que hoy se ha erigido frente a nosotros.